Es como si por primera vez todos empezáramos a tener
conciencia de la inmensidad de lo general y de la escasa importancia de lo
particular en medio de la vida cotidiana del planeta. Tantos millones de
personas, de países, naciones, culturas, tanta diversidad y multiplicidad y
tantas esferas y expresiones personales, son el resultado de la constatación de
nuestra pequeñez y de la falta de transcendencia universal de nuestros mundos
particulares. Si ya la Tierra es un pequeño punto azul en el Universo, y nuestra
historia una infinitesimal parte del Gran Misterio, lo que hacemos cada uno, lo
que creamos, lo que decimos o sentimos es, simplemente, nuestra pequeña
aportación perdida en el infinito y solo tiene el valor del reconocimiento
propio para conformar nuestro mundo personal. Es necesario comprender y asumir
esto para no sentir que nuestra escritura, nuestros textos, nuestras
reflexiones son importantes o pueden llegar a serlo. Hay un grado cada vez
mayor de conciencia de la generalidad y hay una apabullante explosión, debido a
internet, de apariciones personales, buenas para la cultura y el progreso,
buenas para la ampliación de la comunicación colectiva y la ósmosis de las
culturas y el conocimiento... pero que, a nivel particular, solo sirven para
enlazar las pequeñas cosas de los habitantes de este espacio y tiempo (
efímero, además, como todo en la Historia ) y de los habitantes de cada
geografía. Vida y muerte continua, sucesión de tiempos individuales y
colectivos, fragilidad de la permanencia, aparición y almacenamiento continuo
de blogs, libros, comunicaciones en la red... todo conformando un maregmagnum
imposible de conocer y determinar. Todo es un inmenso baúl con compartimentos
cada vez más difundidos y, a la vez, cada vez más estancos e inútiles para la
trascendencia. El ahora del hoy es un inmenso instante, casi infinito, lleno de inputs, referencias, imposible
de abarcar en su totalidad, es más, ni siquiera en una sustantiva parcialidad.
Por eso el mundo del arte y la escritura ha cambiado y se ha convertido en un
desierto lleno de cosas, un paisaje que solo sirve al propio creador, que hará
mejor en intentar que su quehacer no busque ir más allá de un diario y una
referencia propia y personal sin intentar llegar a los otros ( ¿qué otros?)
influir o ser reconocido. El amargo corolario de esta reflexión nos acerca cada
vez más a las hormigas. Pero es la realidad del análisis y la mirada a la vida
actual. Por ello la inteligencia debe hacernos, no cambiar o abandonar nuestros
intentos, pero sí darles el valor que pueden tener: el de señas personales de
identidad y el de memoria de vida.