sábado, 27 de septiembre de 2014

HOY

Es como si por primera vez todos empezáramos a tener conciencia de la inmensidad de lo general y de la escasa importancia de lo particular en medio de la vida cotidiana del planeta. Tantos millones de personas, de países, naciones, culturas, tanta diversidad y multiplicidad y tantas esferas y expresiones personales, son el resultado de la constatación de nuestra pequeñez y de la falta de transcendencia universal de nuestros mundos particulares. Si ya la Tierra es un pequeño punto azul en el Universo, y nuestra historia una infinitesimal parte del Gran Misterio, lo que hacemos cada uno, lo que creamos, lo que decimos o sentimos es, simplemente, nuestra pequeña aportación perdida en el infinito y solo tiene el valor del reconocimiento propio para conformar nuestro mundo personal. Es necesario comprender y asumir esto para no sentir que nuestra escritura, nuestros textos, nuestras reflexiones son importantes o pueden llegar a serlo. Hay un grado cada vez mayor de conciencia de la generalidad y hay una apabullante explosión, debido a internet, de apariciones personales, buenas para la cultura y el progreso, buenas para la ampliación de la comunicación colectiva y la ósmosis de las culturas y el conocimiento... pero que, a nivel particular, solo sirven para enlazar las pequeñas cosas de los habitantes de este espacio y tiempo ( efímero, además, como todo en la Historia ) y de los habitantes de cada geografía. Vida y muerte continua, sucesión de tiempos individuales y colectivos, fragilidad de la permanencia, aparición y almacenamiento continuo de blogs, libros, comunicaciones en la red... todo conformando un maregmagnum imposible de conocer y determinar. Todo es un inmenso baúl con compartimentos cada vez más difundidos y, a la vez, cada vez más estancos e inútiles para la trascendencia. El ahora del hoy es un inmenso instante, casi infinito, lleno de inputs, referencias, imposible de abarcar en su totalidad, es más, ni siquiera en una sustantiva parcialidad. Por eso el mundo del arte y la escritura ha cambiado y se ha convertido en un desierto lleno de cosas, un paisaje que solo sirve al propio creador, que hará mejor en intentar que su quehacer no busque ir más allá de un diario y una referencia propia y personal sin intentar llegar a los otros ( ¿qué otros?) influir o ser reconocido. El amargo corolario de esta reflexión nos acerca cada vez más a las hormigas. Pero es la realidad del análisis y la mirada a la vida actual. Por ello la inteligencia debe hacernos, no cambiar o abandonar nuestros intentos, pero sí darles el valor que pueden tener: el de señas personales de identidad y el de memoria de vida.