domingo, 31 de agosto de 2014

LA VIDA POR LA NADA

No se cómo coexistir con el mal. El mal, la negación del derecho a la vida. El asesinato frío en masa en nombre de algún dios. Eso es el mal para los que creemos que el Hombre nace como tal con el pensamiento, la individualidad, la conciencia como persona. La Naturaleza ha sido siempre cruel, no ha entendido de derechos ni deberes. No tiene moral. Es, y seguirá siendo, un terrible misterio. Pero el ser humano ha ido adquiriendo conciencia de sí mismo a través de la civilización. La civilización ha traído resguardo, alimento, y, sobre todo, el escudo de la cultura. Una cultura que pone el énfasis en el desarrollo del respeto a la belleza, al conocimiento, al progreso de la mente y a la evolución del ser humano. De siempre ha existido el miedo. Y el miedo creó a los dioses. Y la ignorancia les dio su superioridad. El Hombre, a lo largo de la Historia, se creyó más fuerte si contaba con la aquiescencia y el respaldo de un Ser superior. A ese ser o a esos seres superiores les adoraba para adquirir fuerza. Y la Nada – eso son los dioses – les respondía con el silencio que ellos interpretaban como voluntad. Ellos mismos llenaron el silencio de palabras, de códigos, para reforzar sus verdades, para dominarse a sí mismos y a los otros. Los otros… Nunca fueron más que peldaños en esa dominación. Solo algunas religiones reconocieron, poco a poco, el valor de la solidaridad, de lo que se llamó amor… por encima del temor. Aun así la Historia está llena de muerte e injusticia y, sobre todo, de Horror. La Historia es el devenir dialéctico de lo que llamamos el Bien y el Mal.
Hemos llegado hasta aquí con una dosis abundante de Mal. Pero parece que, a pesar de todo, quedaba, queda, una conciencia del Bien. Lo duro de aceptar es que ese Bien tiene un valor cultural diferente según el estado de evolución de los humanos. Yo no llamaría humanos a los asesinos. No puedo aceptar que la raza humana sea el peor animal. Y, sin embargo, al menos nominalmente, algunos individuos pertenecen a ella. Yo odio la crueldad. Y la injusticia. Y odio las religiones, sobre todo las que alienan al individuo y le ofrecen el Paraíso en función de mantener a sangre, fuego, y fanatismo, la locura del Reino de Dios en la Tierra a través de la muerte y destrucción del diferente, del que se rebela contra los designios de la ignorancia. Las religiones son el mayor ejemplo de ignorancia. Y aquellas que piden la vida en nombre de Dios, se llame como se llame, son la ignorancia absoluta, el Mal en su mayor glorificación.
No puedo permanecer incólume cuando algunas religiones y otras ideologías asolan el planeta. Lo han venido asolando desde hace siglos. Pero habíamos llegado hasta aquí, un comienzo de la destrucción de los falsos mitos y parecía el principio de un nuevo amanecer de la inteligencia. Habíamos llegado a lo que parecía una nave en la que ya no se arrojaban esclavos por la borda, no se encarcelaba o suprimía al disidente, un barco que, colectívamente – a pesar de las atrocidades cometidas en el pasado siglo XX y que permanecen en la mente de todos – navegaba más cerca de la Utopía, más cerca del bien.
Pero no es así. Aún quedaba Alá, el nombre más indiscutible de Dios para sus seguidores. Alá, un dios que reclama adoración absoluta, que no admite discrepancias, que exige unas normas sociales y ritos ancestrales y la vida del enemigo. Y el enemigo es aquél que no acepte la palabra creada por el Profeta en su estricta literalidad. Ese Alá que sobrevuela con la bandera negra de sus más fanáticos seguidores por las zonas más atrasadas del nuestro planeta, que amenaza con que su credo sea impuesto por medio de las armas y la inmolación, destruyendo todo rasgo de vida y respeto al otro al paso de sus soldados, que son los únicos que no temen matar y morir sobre el asfalto o la arena, en la seguridad del cumplimiento de las promesas de su Libro, el único que respetan, su única guía.
Sí, odio la crueldad… y odio más que nada la crueldad de aquellos que la ejercen sin cortapisas en nombre de un dios sádico y exigente que disfruta con la sangre, el expolio, el asesinato y la destrucción de los que no piensan como Él. De aquellos que no piensan... como la Nada.