miércoles, 21 de agosto de 2013

Monasterio de Orzeán

Orzeán no es un lugar. Es un modo de ser, de sentir, de ver. No tiene una localización geográfica determinada – por más que yo lo haya hecho creer así – sino que está conformado por una actitud. Es siempre un trayecto, un ir hacia, y también un bien y consciente estar. Mi memoria de otro monasterio, Samos, lleno de magia subjetiva y objetiva, y sus fotos interiores, son el único apoyo externo a un cuaderno de viajes formado por todas mis páginas y libros escritos en la acumulación de deseos, reflexiones, intentos, caminos y estancias. Orzeán es una ruta del pensamiento y, como tal, solo accesible en completa libertad. Esa palabra, esa idea, me acompaña siempre, y es aire necesario para respirar. Por eso es un monasterio, porque allí el silencio deja pasar el aire. Y las palabras que componen el silencio, el verdadero silencio en el que el ser humano conoce y adquiere la iluminación, son un equipaje desconocido por los que parlotean sin sentido y sin saber mirar. Hay un faro en Orzeán. Para dar a la oscuridad la necesaria claridad. Y acompañarla. Los faros, que están llenos de silencio y de luz.