martes, 17 de enero de 2012

LA IDENTIDAD

La identidad es siempre una referencia. Una referencia vital y cultural. Ambos términos, a lo largo de una existencia acumulada, tienden a confundirse y llegar a formar una unidad indisoluble. No hay identidad en el vacío. Y tampoco sin un bagaje de pensamiento y experiencia. Somos quienes somos, escribía el otro día, porque somos como somos. A simple vista parece un juego de palabras...pero no lo es. A mi me gusta emplear las palabras en juego para buscar en ellas la luz que me permita la estabilidad necesaria para elegir y mantener mis comportamientos. Comportamientos y actitudes son la base de la identidad. Son, no solo lo que mostramos a los otros, sino lo que nos demostramos a nosotros mismos.
Hay dos modos de ir por la vida: empujando o respirando. A mi me gusta más el segundo, a pesar de que he tenido, en muchas ocasiones, que empujar y empujarme. Han sido esos momentos en los que la vida te pone disyuntivas y tienes que tomar decisiones. Las decisiones son algo difícil de encuadrar. Porque son hechos, actos mejor dicho, que se engendran y manifiestan, primero en el pensamiento y conllevan después una acción o una inacción. Las decisiones son jodidas coyunturas porque entrañan elecciones no solo entre un mal y un bien ( esto es lo fácil) sino, a veces, entre dos bienes o dos males, o todo mezclado, que es lo que muchas veces suele ocurrir. No obstante, hay algo que siempre viene en auxilio del ser humano. Yo lo llamo inteligencia, y, en este caso, inteligencia en un doble sentido: conceptual y emocional. Durante mucho tiempo escuché a un maestro ( bueno, libros, varios escritores, yo mismo) esa frase de “Nunca pasa nada”, es decir, hagas lo que hagas nada es irremediable. Y es verdad. Nada es irremediable, dado que el proceso de la existencia es una sucesión de acontecimientos, hechos, en los que el siguiente puede negar o rectificar el anterior o modificar lo que parece definitivo. Pero a mi me gusta ir más allá: voy a ir, hoy, más allá. Y voy a retomar una reflexión que es mía, pero no solo mía. Es una reflexión sobre el instante, el valor del instante, del tiempo. En realidad se resume en esto: solo el instante es eterno, es decir, que solo el instante vivido puede tener pretensiones de permanencia. Permanencia mientras se vive. Y permanencia mientras sirve de eslabón a ser revivido, bien a través de la memoria o de la repetición. Pero no nos perdamos, aunque tampoco importa mucho perderse. Perdidos, al fin y al cabo, estamos todos, puesto que vivimos en una constante ceremonia de la confusión a nuestro alrededor. Confusión porque solo el individuo puede determinar sus valores. Y porque solo en confrontación con la sociedad puede hacer que ellos contribuyan a hacer progresar su identidad o a anularla.
Llegados a este punto vuelvo sobre lo escrito y me doy cuenta de que he regresado al origen: el elemento clave de esta reflexión. Sentir que somos dueños de una identidad única y que, además, deseamos mantenerla contra viento y marea, como elemento de base de nuestra existencia. O bien sentir que somos un mero número, un ente social más, cuya única misión es la continuidad de la especie, la continuidad del adn que, como dice un buen amigo, es el único que realmente sabe a donde va, o mejor dicho, donde quiere ir. El adn, que se perpetua y busca ser eterno, aunque sacrifique al individuo, aunque sacrifique sus sueños y deseos. El adn, que mantiene a la especie, y no sabe de intentos de ser en medio de los otros, de ser uno más allá de todos.