Quizás la dignidad no sea nada. Solo un concepto más del lenguaje, una palabra que para cada uno significa una cosa. Pero hoy, con esta frase de cabecera que escribí hace años y que he procurado seguir toda mi vida (aunque también escribí otra que decía: el límite de la dignidad está en mis hijas y con ello me refería a cualquier daño, mal o carencia para mis hijas ) traigo aquí, no la idea, sino la sensación de la dignidad. Parece como si todo en la sociedad nos llevara a renunciar constantemente a una postura digna, a tener que admitir chantajes estructurales y emocionales, a tener que aceptar que somos unos muñecos en manos del poder o del destino. Es como si nuestra identidad - que está conformada por el sentimiento y el deseo de ser - tuviera que plegarse ante el estar, ante los elementos que determinan nuestro ser social, que, a veces, confundimos o confunden, con nuestro ser personal. Me gustaría ser como algunos personajes de novela, que son ellos mismos contra viento y marea, que no se pliegan ni ante la lluvia constante ni ante el huracán. Me gustaría ser libre, simplemente.