lunes, 31 de agosto de 2009

EL PADRE O´CONNOR, por Emilio Porta

Una vez salvado por la propia niña que, desde España, envió a su prima Susana a Irlanda las llaves de la mente del anciano sacerdote, con la condición de que no volviera a ejercer exorcismos, el padre O´Connor se retiró de su actividad eclesial y de sus prácticas para siempre. Algo le quedó. La propia Dama de Negro le susurró a Elvira Robles un ruego: “Déjale que siga hablando en español y que olvide los otros idiomas. No va a necesitarlos. Pero el castellano si. Porque, seguramente, antes de venirse conmigo, quiera descargar su conciencia y escriba algo que le permita acercarse a su final con mayor paz”. De esta forma, el anciano padre O´Connor salió del hospital en el que había permanecido en estado de shock desde que la niña se rebeló contra su injerencia. No volvió a hablar. Se escondió en su vieja casa de Killarney y empezó a escribir. Esta es su primera carta.

“Soy un hombre viejo. Un hombre viejo que ha visto muchas cosas, aunque nunca haya salido de su amada Irlanda. Un hombre que ha escuchado todo tipo de oraciones y rezos, que ha dirigido almas que él consideró perdidas, que ha aconsejado a hombres y mujeres de todas las edades en confesión y fuera de ella. Un hombre que sintió la llamada de lo que él creía que era la Providencia desde una edad temprana. A los ocho años entré en el Seminario de Dublín, proveniente de un pueblo aledaño de Cork, el lugar donde nací. Allí me eduqué, aprendí todo lo que otros niños aprenden en la escuela y fui creciendo e intentando saber qué había detrás de todo, que era todo. Tenía, pues, sólo unos escasos años más que Elvirita cuando me encerré para siempre con el Misterio, tratando de escudriñarle, de hablar con él, de entenderlo. Pero nunca ví la Luz. Estudié, oré, pedí a la Virgen, de la que siempre fui devoto, que me iluminara y me ayudara. Pero permanecí en la oscuridad. Así, en la imposibilidad del convencimiento, llegué al final de mi estancia en el seminario.Y mi primer destino fue Killarney, la ciudad donde vivo y he vivido siempre. Con veintiún años me destinaron a coadjutor de una de sus parroquias. Y luego, con el tiempo, pasé a párroco. Me mantuvieron allí porque la Jerarquía nunca deseó que me moviera mucho fuera de mi círculo. Y también porque aprendí lo que, sólo en determinadas y escasas ocasiones, me permitió viajar y desplazarme. No sólo me conformé con estudiar nuestros textos sagrados. Leí y estudié Psicología. Y textos de otras religiones. Y la Cábala. Arañé todo lo que pude a los conocimientos sobre lo Oculto, lo que llaman paranormal. Y me mentí a mi mismo. Llegué a creer que era especial, que tenía un cierto poder sobre el interior de los otros. Y allí empezó todo. Mi seguridad en la superioridad de mi cerebro era tal que empecé a imponer manos, a curar enfermos, a liberar almas atormentadas. Recibí una llamada de mi Obispo. Tenía una carpeta con un gran expediente sobre su mesa. No habló mucho, sólo unas palabras que no olvidaré: “Padre O´Connor. Tenemos dos posibilidades. Que deje todo, su misión sacerdotal incluida, o que reconvierta lo que Ud. llama sus poderes y se ocupe de sus feligreses del modo que siempre la Iglesia lo ha hecho”
Ví mi vida rota, mis sueños y mi modo de ser destruidos, la admiración que despertaba en riesgo de acabarse. Me vi expulsado, acabado, pese a mi juventud. Pero mi inteligencia, en un arranque de coraje, me hizo decir mis primeras palabras salvadoras para lo que yo creía también la salvación de mi vida.
- Acato cualquier decisión, Eminencia. Sólo he pretendido ayudar a curar almas.
- Bien – dijo el obispo – en ese caso no podemos prescindir de alguien que, con humildad, reconoce sus errores y que, al mismo tiempo, acumula saber de siglos, conocimientos que pocos tienen sobre la mente y el espíritu humano. La misión de la Iglesia es ayudar a los que lo necesitan. Por eso, en casos excepcionales, tenemos que actuar también contra lo desconocido. Pero de una forma oficial. De una forma que no haga daño a nuestra Institución. Ahí requeriremos sus servicios. Y actuará. De modo contundente, ritual, con nuestra ayuda y la ayuda de Dios. Usted sabe que son muy pocos, contados, los que ejercen el exorcismo en nombre de nuestra Santa Madre, en nombre de Quién representamos. Escasamente un centenar de hombres en todo el mundo, reconocidos e integrados en nuestro Cuerpo de Salvación contra el Demonio. Usted será uno de ellos. Y ahora, váyase, obedezca, y siga con su tarea de todos los días en su parroquia. Recibirá el nombramiento en poco tiempo. Y actuará cuando se le ordene.
- Gracias, Eminencia.
Esas fueron mis últimas palabras en persona con el Obispo. Cuando, al cabo de los años, y con algún ya caso de lucha contra los malos espíritus en mi haber - siempre con miedo, siempre con cuidado de no traspasar la línea impuesta por mi propia Organización - murió el Obispo, el obispo Shannon, recibí una carta póstuma suya. Decía así:
“Padre O´Connor, rece por mi. No se si valdrá mucho o poco la oración. Al cabo del tiempo, me voy de este mundo sin seguridad en nada. Pero, desde aquella visita primera suya a mi despacho supe una cosa: si alguien puede hablar con la Muerte es Usted”.
Lo demás supone una larga existencia llena de dudas, temores, mala y buena conciencia a la vez, obediencia y alguna pequeña rebeldía. Dentro de poco me reuniré de nuevo con el obispo Shannon, aquél buen servidor de la Iglesia. Y, de nuevo cara a cara, no se muy bien en que estado, le diré:
“Hice lo que pude. Hasta que Ella llegó. Y, como todos, no la pude vencer”

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sábado, 29 de agosto de 2009

EXORCISMO EN IRLANDA, por David Nihalat

Mi amigo David Nihalat da cursos de Lengua y Literatura Españolas en la Universidad de Adelaida, en Australia, donde reside habitualmente. Dado que él no pertenece a Escritores en Red, me ha pedido que le ceda un espacio en mi blog para poner su relato. Un relato que, de alguna forma, sigue a la entrada que hice hace unos días con el anterior mío, donde se explica la inquina - salvada ahora por Nihalat - que su tio Zenón le tiene a la niña.

Port

EXORCISMO EN IRLANDA

El padre O´Connor, ante la insistencia de Susy, la prima mayor de Elvirita, le volvió a repetir: “Susan, sorry, I can´t do it, she is out of my territory..I need an order of the Bishop to act…Exorcism can not be exerted without that order…”.
O´Connor era un viejo cura irlandés, afincado en una parroquia de las afueras de Killarney, que, según se contaba, había realizado exorcismos milagrosos con las más empecinadas endemoniadas de aquellas tierras. Susan había recibido carta de su padre, Zenón, sobre el extraño caso de la niña y había decidido, pese a no ser creyente, apelar a la fuerza de la sugestión y al viejo exorcista para salvar a Elvira. Sabía que su padre tenía dinero y, pasado ya el enfado de lo del Sporting de Gijón - aquella tarde en que por culpa, vaya Ud. a saber si de la niña o de qué, no fue capaz de vencer al Zaragoza y bajó a Segunda - podía pagarle el billete a España al anciano para que intentara sacar al demonio - o cualquier otro extraño espíritu - de su alma.
Pero el padre O´Connor se resistía. Era ya mayor y no se atrevía a actuar sin la aprobación de las autoridades eclesiásticas de su diócesis. Tampoco le apetecía mucho viajar en avión, pues pensaba que, más cerca ya del cielo, a lo mejor el Señor le llamaba y le decía: "Ya que pasas por aquí, quédate.” Y, realmente, no estaba muy seguro de que el Paraíso fuera más apetecible que la dulce campiña de su amada Eire.
El caso es que no aceptó. Y Susana decidió poner en marcha un plan alternativo: traería a Elvira a su casa, aprovechando el verano y, con el pretexto de que aprendiera inglés – el que se habla en Irlanda es de los más exactos – la tendría con ella una temporada y así, una vez en su territorio, el padre O´Connor podría ejercer su ministerio.
Así ocurrió. Era junio y aún faltaban unos meses para la fecha fatídica con la que el autor primero de esta historia había amenazado. Y Elvira madre llegó a Irlanda con Elvira hija, sin saber muy bien la razón final de la invitación de su sobrina. Le sorprendió que, un buen día, su hermano Zenón llegara y le dijera: “Toma, ahí tienes un sobre con dos billetes de Iberia para Dublin. Cogeís una maletita, un poco de ropa - llévate eso si, una rebeca porque allí hace fresco - y os vais a visitar a Susy, que está loca por veros. Y mira, aunque la niña es rarita, y nunca le he gustado, es la verdad, tu eres mi hermana y...yo no tengo problemas de dinero y no quiero discutir con mi hija”.
Elvira estaba acostumbrada a no contrariar a su hermano mayor y, al fin y al cabo, cambiar de aires y descansar también le vendría bien a ella, así que hizo lo que su hermano le decía y se embarcó en la pequeña aventura del viaje.
Cuando llegaron a Dublín, Susana les esperaba. Tomaron un tren hacia Killarney y no hablaron mucho de las verdaderas intenciones de Susy. Así pasaron varios días, descansando, haciendo turismo, hablando… Pero, al cabo de una semana, Susy le espetó a Elvira: “Mira, tía, lo se todo…lo del colegio, lo de la maestra, lo que está ocurriendo…y, sobre todo, temo lo que pueda ocurrir. Así que, por favor, no digas nada, y deja que me lleve a Elvirita una tarde a ver a un hombre sabio que la va a salvar”. Elvira, acostumbrada a aceptar el criterio de los otros, volvió a asentir.
De esta forma, al día siguiente, Susy cogió de la mano a la niña y se presentó en la parroquia delante del padre O´Connor. “This is Elv….”. Pero no pudo terminar la frase. Cuando iba a presentarle a su prima, el anciano sacerdote se desplomó, y, en perfecto castellano, un idioma del que no sabía una palabra, exclamó: “Oh, Dios mío, no, otra vez, otra vez no…¡ Cuando te convencerás de que mis estúpidos juegos de magia no valen contra Ella !
Elvirita, sonriendo, se volvíó hacia Susy y le dijo: “Primita, te has pasado de lista conmigo. Dicen que los demonios hacen que los poseídos por ellos hablen en lenguas extranjeras…Pobre Padre O´Connor…ya me contarás que hacemos con él ahora”.

David Nihalat

jueves, 27 de agosto de 2009

NOSOTROS, LOS DE ENTONCES...

Llega septiembre. Y pensamos que no seremos los mismos. Porque las intenciones no son nunca ajenas a las circunstancias. En su misma esencia, el presente, el pasado y el futuro se mezclan, como señalaba T.S. Eliot. Lo hacen en la mente, lo hacen en el corazón, que dicen que son distintos.
Ha transcurrido un espacio de libertad social y llega el final del verano. Un tiempo que anuncia otro porvenir, el porvenir continuo en el que se enmarca la existencia. Yo siempre me sentiré por dentro el muchacho que escapó a Inglaterra, y luego al mundo, para descubrir que, caminando por las rutas de fuera, se caminaba, a la vez, por las de dentro. Siempre mantendré mis ilusiones. Pero Heráclito tenía razón cuando veía transcurrir desde la orilla el rio y sabía que nunca podemos tocar el mismo agua. Quizás uno no es el mismo después del paso de las experiencias. Pero no me gustan las palabras que definen a los seres humanos. Ni tampoco las que clasifican. Sí, el discurrir, sí los recuerdos, las fotos de la memoria de que habla Cortazar en Rayuela, ese libro mágico que todos deberíamos leer. Porque los recuerdos, los que deseamos conservar, son memoria viva del transcurso. E impulso.
Yo amo los intentos. Que nadie nos quite la gloria a la que nos llevan. Porque en ellos está el verdadero resultado de los sucesos. Decía Fernando Fernán-Gómez que "el éxito o el fracaso son sólo cuestión de perspectiva".
Por eso hay mirar desde todos los ángulos para aprender a ver, observar para aprender.
Y respirar para aceptar. El marco, no los contenidos. Ni las ideas preconcebidas, ni los conceptos banales y algunos tópicos enseñados, a veces con buena intención, incluso con cariño, pero que hay que revisar. Yo no quiero, nunca he querido, quedarme atado a la piedra de molino de la idea inmóvil, a la rueda de las falsas verdades. Deseo mantener la rebeldía que nos hace cuestionarnos todo, que basa la existencia más en la pregunta que en las respuestas.
"Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos", dijo Pablo Neruda.
Es verdad, pero también es una gran mentira.

lunes, 24 de agosto de 2009

PASAJE ANTERIOR

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.....Esta noche he soñado. He soñado un sueño extraño. Emilio Porta me contaba una historia relacionada con Elviria que era todo dolor y ternura. Eran escenas de la niña muy atrás en el tiempo. No sé si son las palabras perdidas de Emilio; pero algo son, desde luego. Escenas que van dejando un rastro de misterio que pisa el límite mismo de la animalidad humana. No sé si podré trasnmitir estas sensaciones, yo no soy escritor, soy salteador de Bitácoras; por eso dudo de que estas palabras sepan transmitirlo. Lean pues.
Morfeo
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.....Su tío Zenón, que era de Luarca, nunca le perdonó a Elvirita lo del Sporting.
......- Zenón, hermano, que son bromas de niña, si sólo tiene cuatro años…
.....- ¿Cuatro años, eh? Cuatro años y mira como si tuviera treinta… Y habla poco, pero cuando habla dicta sentencia… "No te empeñes tio, el Sporting no marcará. La puerta está cerrada”. ¿Cerrada? Tiros, remates de cabeza, dominio total… y fuimos incapaces de meter un gol… y por un punto bajamos a segunda… Esta niña es maléfica. Jamás me ha dicho nada amable, ni siquiera cuando le daba caramelos… o le traía un juguete. “Yo no quiero jugar, tío… el caramelo dáselo mejor a la Señora, ella me dirá si puedo tomarlo….” A la señora, ¿a qué señora? Tu hija está loca, siempre ha sido una niña absurda y rara… deberías llevarla a un internado. Desde que falta su padre siempre ha hecho lo que le da la gana...
......- No, tío. Yo sólo hago lo que me mandan.
......-¿Quién? ¿Tu madre?
......- No, tío. Ella. La que es más fuerte que todos nosotros.
......- ¿ Y ella también, sabe de futbol, ella decide los resultados de los partidos, ella hace que seas una niña insoportable?
......Elvirita miró a su tío y, por una vez, le sonrió: “No te preocupes. El Sporting volverá el año próximo a primera. Al fin y al cabo estas cosas no son importantes”

Emilio Porta

lunes, 17 de agosto de 2009

JERUSALEN

Las calles vacías, los edificios destruidos, el polvo, todo era sombra cuando deambulabas por aquella ciudad. A lo lejos, restos de una muralla, un gran muro que se mantenía erguido, una cúpula dorada y nombres grabados en la piedra de las esquinas. Algunos en inglés, otros en árabe, otros en hebreo. Debió de ocurrir una hecatombe, una gran guerra, un terremoto, porque no quedaban huellas de dioses ni de hombres. Sólo desolación y ruinas, sólo olvido. Y, sin embargo, debió ser una gran ciudad, un importante centro comercial y político, una extraordinaria urbe. Paseé por sus calles desiertas buscando su memoria, tratando de descubrir el secreto de su historia. Pero sólo silencio, un inmenso silencio rodeó mis pasos. De pronto me topé con un anciano de larga barba blanca que sólo repetía una frase: “Es mi ciudad, es mía”. Más allá otro anciano repetía una frase parecida: “Es la ciudad de Alá, nuestra tierra santa, es nuestra”. Y otro anciano, mas allá, con las manos cruzadas, parecía orar y murmuraba: “Señor, tu ciudad, Señor, tu sangre derramada en sus vías, Señor, tu Reino”.

Ninguno de los ancianos pareció apercibirse de mi presencia. Ni de la de ellos entre sí. Seguí mi camino sin volver a ver nadie. Sólo un lugar con sus templos y sus calles abandonadas. Se levantó un viento extraño y me pareció escuchar una voz que se filtraba entre las piedras y me decía: “Vete, aléjate, ya sólo quedan ellos y mi Nombre”.

DESNUDEZ DEL MAR

La desnudez del mar
oculta el alma.

El mismo espacio
inabarcable.

La misma fuerza
capaz de doblegar
lo concreto.

La misma calma
capaz de recoger
lo invisible.

La desnudez del mar
no tiene límites.

Es un cuerpo de agua
que brilla con el sol
y en la sombra se esconde.

Un cuerpo lleno
de otros cuerpos.

Como la vida,
que funde el misterio
y lo explícito.

Y el fondo cubre
toda su superficie.

La vida que se mueve.

Y quieta camina
en el giro que todo lo contiene.